Morir poco a poco.

CRÓNICA DE LA BARBARIE

ANTE HIJOS DESAPARECIDOS

 
* Dos meses sin Daniel Ramos Alfaro, instructor de Conafe
 
(Colaboración Especial de Martín EQUIHUA)
 
  Se cumplieron dos meses de la desaparición del instructor del Conafe, Daniel Ramos Alfaro. Su madre, Rebeca Alfaro Madrigal, no pierde la esperanza de tenerlo de vuelta. Llora, lamenta… y se enferma. La ausencia del hijo “es horrible, lo peor que le puede pasar a uno; es para volverse loco, algo feo, muy feo”, dice.
 
  La vida cambia. “Piense y piense en él. Sin dormir bien. Con miedo”. Abriga un sinfín de preguntas: “¿por qué a Dany, si realizaba una labor humanitaria?”. Y a quienes se lo llevaron: “¿qué ustedes nacieron de la nada?, ¿no tienen padres e hijos?, ¿por qué no se tientan el corazón?”. Con estremecedora certeza señala que la vida se vuelve un morir poco a poco.
 
Entre los 30 mil o más desparecidos -como entre los muertos- hay gente de bien; es decir, de trabajo, estudio y apego a leyes, por lo que su condición de víctimas resulta incomprensible. (Sin decir que los otros merezcan ese destino). Sus familias sufren lo indecible, entre esperanza y frustración, vida y muerte. Se sienten solas frente al mundo, ante la ineficacia de autoridades investigadoras, cuya falta de resultados estimula a esa criminalidad que despliega a sus anchas esa clase de violencia selectiva.
 
  Rebeca Alfaro y la familia toda de Daniel, a quien le ocurrió la tragedia el pasado 2 de octubre; como las familias del periodista Ramón Ángeles Zalpa, desaparecido en abril del 2010 en Paracho; y las de Ana Belén Sánchez Mayorga, Diego Nava Maldonado y Luis Enrique Castañeda, sustraídos del mismo pueblo guitarrero, en julio de 2012, son claro ejemplo de esa desgracia inmerecida.
 
  Daniel es un joven instructor del Conafe y estudiante universitario. Lo desaparecieron de la comunidad de Betania, en el municipio de Uruapan, mientras cumplía con su trabajo.
 
  Ramón es un periodista crítico, terco, solidario con las causas de los marginados, y maestro de la Universidad Pedagógica Nacional -la que nada ha hecho por saber de su paradero-, para la que construía, con aportaciones sociales, un conjunto de aulas que quedó inconcluso, en una muda estructura esquelética.
 
  Ana, Diego y Luis Enrique, son tres jóvenes profesionistas que llegaron de la Ciudad de México a impartir cursos de ciencia para niños, en el marco del Festival de Globos de Cantoya, en Paracho. Semanas después de su ausencia, a Luis Enrique le nació su segundo hijo.
 
  La vida de estos cinco profesionistas ha sido limpia en todos los sentidos. Por desgracia, en torno a su búsqueda, hasta hoy la única evidencia es la impunidad. Con solo una mirada periodística saltan hechos que hacen pensar que desde la procuración de justicia se trabaja más por oscurecer que por aclarar estos casos. A Ramón lo desaparecieron con todo y carro. A los tres jóvenes defeños los sacaron con violencia del Hotel Santa Fe, y después, con la anuencia de los dueños de la estancia, los criminales se dieron tiempo de modificar el escenario; mientras que a Daniel se lo llevaron después de sus primera visita a Betania, y una vez que conversó con militares que le pedían posada en la escuela. ¿A quién pudo molestar ese breve diálogo?
 
  Estas ausencias y sus secuelas forman parte del escenario macabro que persiste en instalarse en nuestra conciencia como sinónimo de normalidad, y al que pertenece, nada menos, el cementerio clandestino que en estos días se explora en La Barca, en el que han localizado cerca de 70 despojos de cuerpos humanos, de otros tantos desaparecidos cuyas familias cerrarán un ciclo de sufrimiento, si les llega la suerte de que sean reconocidos. ¡Un panteón clandestino!
 

  No han bastado protestas en sitios públicos y campañas en redes sociales. En estas búsquedas y exhumaciones, una certeza se abre paso: en un futuro no lejano seremos etiquetados de cómplices y cobardes. Autoridades de hoy, periodistas, religiosos, universitarios, deportistas, gobierno y sociedad, por acción u omisión, dejamos empollar a esa ave de rapiña del llamado crimen organizado, a cuya cuenta se sigue degradando la convivencia humana, disfrazada de normalidad.

fuente: La Opinión de Michoacán online

 

Deja un comentario