Luis Enrique, Diego y Ana. Tenemos memoria

Los desaparecidos no son estadísticas, son seres humanos que entre sus seres queridos dejan a su partida la nostalgia de una luz que se ve súbitamente extinguida, como las estrellas que desaparecen en el cielo que observan los telescopios. Así fue el caso de Luis Enrique, Diego y Ana, desaparecidos un 21 de julio, hace casi ya dos largos años.

JUNIO 5, 2014 Por: Roberto Velasco Alvarez (@r_velascoa)

Durante el festival de Cannes 2010, Patricio Guzmán, presentó el documental Nostalgia de luz. Un filme desgarrador, que con magistral profundidad hace un paralelismo entre la exploración del espacio que hacen los astrónomos y la búsqueda incansable de las madres de los miles de desaparecidos durante la dictadura de Pinochet. Ambas búsquedas tienen en común el desierto de Atacama y son exploraciones de un complejo y vasto pasado. “Recordar ayuda a construir el futuro”, dijo Guzmán durante la presentación en el festival francés.

En el documental podemos ver la dolorosa y larga lucha de mujeres decididas a encontrar a sus seres más queridos, aún cuando eso implique escudriñar grano a grano la enorme extensión del la porción de tierra más árida del mundo. Esa paciente y minuciosa exploración no es únicamente afán de quienes la realizan, sino que significa la oportunidad de pueblo chileno de recordar a padres, madres, hijos, hijas, hermanos y amigos que fueron arrojados del mundo por el violento régimen.

México enfrenta ahora también una disyuntiva entre la memoria y el olvido.

Las personas desaparecidas los últimos años y en este sexenio, que para nuestros gobiernos parecen haberse simplemente convertido en cifras para manipular y tergiversar, dependiendo de los intereses de quien las pronuncia.

Los desaparecidos no son estadísticas, son seres humanos que entre sus seres queridos dejan a su partida la nostalgia de una luz que se ve súbitamente extinguida, como las estrellas que desaparecen en el cielo que observan los telescopios. Así fue el caso de Luis Enrique, Diego y Ana, desaparecidos un 21 de julio, hace casi ya dos largos años.

Diego Maldonado lo conocí en 2008. No recuerdo el mes, fue a principios de año, ambos participábamos en el movimiento juvenil del entonces partido Convergencia. Rápidamente comenzamos a hacer equipo y colaboramos en un esfuerzo por reestructurar la organización en la Ciudad de México. Me presentó a su primo, Luis Enrique Castañeda. Entre reuniones, tragos y mucho trabajo, conformamos una buena amistad y mancuerna. Eventualmente yo me convertí en Coordinador de Jóvenes del partido en el Distrito Federal y él en la delegación Tlalpan.

Continuamos la amistad y el equipo. Diego se distanció un tanto para dedicarse más a su vocación, la psicología. Organizaba talleres para niños, labor que realizaba junto con Ana Belem Sánchez. Con Luis Enrique continué trabajando, ya en 2011, él como dirigente en la Ciudad y yo en todo el país. Como jóvenes que éramos, fuimos ambos testigos de nuestro crecimiento personal y profesional. Quique terminó su primera carrera en comunicación y estudiaba una segunda. Se casó, tuvo a su primer hija y esperaba un segundo bebé. Era además un buen político. Sabía escuchar, construir acuerdos, era un líder y, sobre todo, siempre actuaba con lealtad y honestidad. Era un gran amigo.

Durante el proceso electoral de 2012 trabajamos incansablemente. Participamos intensamente en la campaña de Movimiento Ciudadano, también en la de Andrés Manuel López Obrador, en la del Dr. Miguel Ángel Mancera, en la de la senadora Alejandra Barrales y Luis Enrique y Diego, vecinos de Tlalpan, también dedicaban atención a la campaña delegacional.

A penas a unos días de la elección, Luis Enrique me comentó que se iría unos días de la Ciudad. Iba a Paracho, Michoacán, con su primo, Diego, y Ana Belem. Acudían a impartir un taller para niños en el marco del festival de globos de Cantoya que se organiza en esa localidad. Me dijo que regresaba el domingo.

El lunes por la tarde, con múltiples asuntos que atender le hice la primera llamada. No tuve respuesta. Me llamó fuertemente la atención que su celular estuviera apagado. Comencé a investigar y me encontré de inmediato con la terrible preocupación de su familia. Llevaban ya un par de días sin contestar el teléfono. Habían acudido a las autoridades. De inmediato nos reunimos. Fue el comienzo de una historia espeluznante.

Hubo contacto y preocupación entre todos los que en ese momento éramos dirigentes o legisladores del partido. A través de nuestro entonces presidente, Luis Walton, se estableció contacto con las autoridades de Michoacán y las autoridades federales. El gobierno municipal siempre se mantuvo cobarde e irresponsablemente al margen. Las autoridades federales, en voz de la ex procuradora Marisela Morales y del ex secretario García Luna, recomendaron prudencia, para no complicar las cosas, con lo que fuere que eso significaba.

Detuve un desplegado de prensa que la senadora Barrales se ofreció a publicar, exigiendo el esclarecimiento de la situación. En el partido decidimos adoptar una actitud cautelosa. Aprobamos un exhorto a los gobiernos estatal y federal desde nuestro consejo nacional, pero nos mantuvimos siempre en los márgenes de lo que se nos pidió y recomendó hacer.

El gobernador de Michoacán se negó a recibirnos. En su lugar, acudió el secretario de gobierno, Jesús Reyna, quien tomó supuestamente las riendas del caso en el estado. Yo no estuve presente en la reunión. Eventualmente nos haría llegar un terrible mensaje, que no me gustaría reproducir. Pero nos dio a entender que no tenía sentido buscar más y peor aún, corresponsabilizó a los jóvenes del destino que –en su historia– habían tenido. Por defender a Ana Belem, se metieron con la gente equivocada.

Me niego a creer los recados de Jesús Reyna. Menos ahora. Pero sobre todo, porque nunca lo hizo desde las instituciones. Desde las sombras envió la información desdeñosa. Ofrecía oscuridad, nos pedía olvido.

Olvidar a Luis Enrique, Diego y Ana es imposible para quienes por uno u otro motivo, los considerábamos personas cercanas y queridas, pero sería además olvidar a todos los desaparecidos del país. Sería olvidar a las decenas de miles de personas que el gobierno ha decidido que no merecen formar parte de la memoria colectiva.

Los miles de desaparecidos en nuestro país no pueden ser una estadística que sin pena se modifica y se oculta. Son personas con un nombre, una historia y un entorno. Los gobiernos en nuestro país deben de poner todos sus esfuerzos en encontrar a cada uno de los seres humanos que han sido privados de todos y cada uno de sus derechos.

Los que tienen memoria son capaces de vivir en el frágil tiempo presente. Los que no la tienen, no viven en ninguna parte“. Nostalgia de la luz, 2010.

 

 

* Roberto Velasco Alvarez , ex Coordinador Nacional de Jóvenes en Movimiento.

Fuente http://www.animalpolitico.com/blogueros-blog-invitado/2014/06/05/luis-enrique-diego-y-ana-tenemos-memoria/#ixzz33n7QS4il

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