Paracho, el pueblo de los silencios y complicidades

Parecía como si una mirada invisible las siguiera. En aquellos días de marzo pasado, Alicia Guadalupe Nava y Laura Beatriz Castañeda, caminaban por las calles de Paracho, Michoacán, el poblado donde en julio del 2012 sus hijos Luis Enrique y Diego Antonio desaparecieron junto con su amiga Ana Belén Sánchez Mayorga. En el ambiente flotaba una sensación de que por algún lado, alguien no dejaba de observarlas. Andar por la plaza o incursionar en el mercado de esta comunidad, famosa en el país por la fabricación de sus guitarras artesanales, podría parecer algo apacible, pero cuando un hombre se les acercó, ataviado como cualquier habitante del lugar, confirmaron sus sospechas. Aquel individuo no se anduvo con rodeos, les recomendó que se fueran del pueblo porque corrían peligro. Les advirtió que los policías y taxistas no eran de fiar. Les aconsejó que no anduvieran por ahí preguntando, porque los choferes de taxi estaban coludidos con los narcos y todo lo que veían o escuchaban lo informaban.

Aquel día, llegaron a Paracho, provenientes de Morelia, a donde habían llegado desde el DF un par de días antes, por la versión de que las autoridades habían encontrado en un paraje, unas mochilas y unas osamentas. En principio, pensaron que se trataban de las de sus hijos Luis Enrique Castañeda Nava y Diego Antonio Maldonado, quienes junto a Ana Belén desaparecieron el 22 de julio del 2012, durante el festival del Globo de Cantoya. Días antes, el procurador de justicia del estado, Placido Torres Pineda, había declarado a los medios que, tras una búsqueda en un lugar conocido como la Mina, a orillas del pueblo, con excavadoras, perros rastreadores y maquinaria especial, apoyados por elementos del ejército y de la secretaría de seguridad pública estatal, habían encontrado las mochilas de los muchachos. Cuando cotejaron la versión con Francisco Javier Pulido, delegado de la Procuraduría General de la República en Michoacán, les precisó que solo eran unas sábanas, toallas, ropa de bebé y de niño. Cosas viejas, pero nada de restos humanos o mochilas, aseguró.

El 21 de marzo pasado, la señora Alicia Guadalupe se apersonó en la procuraduría de justicia michoacana.

—La gente del hotel Santa Fe y el muchacho que atiende la recepción, están falseando sus declaraciones, han dado cuatro versiones y todas son distintas, nadie dice la verdad—recuerda la señora que le dijo al procurador Torres Pineda. Le pidió su ayuda ante las irregularidades, los empleados habían limpiado el hotel y borraron las evidencias. El funcionario contestó que cómo pedía eso, si él no sabía cuál era la verdad de lo que pasó. Las personas que han declarado, si han dicho mentiras, él no podía obligarlos a decir la verdad, recuerda que le respondió. “Es una frustración muy grande que el procurador de justicia de un estado, como Michoacán, te diga que no puede hacer nada por ti porque no sabe cuál es la verdad, y que necesita que le lleve la verdad para que la gente que ha declarado mentiras, lo confronte con la verdad y ellos con sus mentiras”.

Alicia Guadalupe es una mujer que ronda los 50 años de edad, delgada, morena, tras los lentes que usa se asoma una mirada nostálgica. Cuando comienza a hablar de lo que ha sido la búsqueda de su hijo Luis Enrique y de su sobrino Diego Antonio, su voz se hace más delgada pero se escucha firme, como si en cada palabra se aglutinara la esperanza que tiene por encontrarlos. Aquel día en Paracho, recuerda, al caminar junto a su cuñada, se acercaron a platicar con otros pobladores. Se les notaba que tenían mucho miedo, no quisieron dar sus nombres ni sus direcciones, pues les comentaron que se meterían en problemas. Les remarcaron que en el pueblo todos estaban coludidos: el presidente municipal, los taxistas, los patrulleros. Una señora les confió que si a alguien de la comunidad lo veían platicando con ellas, “ahorita lo agarraban a balazos” o desaparecían a sus familias. Por eso decidieron no insistir para no involucrar en problemas a quienes se les aproximaran.

En el mes de julio del 2012, los tres jóvenes fueron contratados por la casa de la cultura de Paracho para ir a dar un taller de ciencias para los niños del pueblo. Era un evento que coincidía con el festival de globos aerostáticos que se realiza cada año en la comunidad. Llegaron al pueblo el viernes 19 y se hospedaron en el hotel Santa Fe. Días antes, Luis Enrique habló por teléfono con su hermano Oscar, le comentó que iban a ir a aquel poblado de Michoacán y que avisara a sus padres, quienes en ese momento no estaban en casa. Casado y con una niña, Luis Enrique solía hablar a diario con su mamá, quien veía todos los días a su nuera y su nieta. Ana y Diego, psicólogos, eran compañeros desde la universidad. Como primos hermanos, Luis y Diego siempre realizaban trabajos en conjunto, y en aquella ocasión los habían buscado del municipio para que impartieran el curso ese fin de semana.

Esos días, la comunicación fue constante. Luis Enrique habló con su esposa el viernes y sábado por la mañana. El papá de Ana habló con ella el sábado. El padre de Diego, concuño de la señora Alicia Guadalupe, habló con él la noche del viernes y le comentó que el domingo regresaban en camión desde Uruapan. El sábado fue la clausura del evento, y en la madrugada del domingo, un grupo de hombres armados entraron al hotel por ellos. El lugar estaba lleno, había gente de otros estados y países, y fueron exclusivamente por los tres.

En el expediente de la investigación ministerial quedó registrado que, durante esas horas previas al amanecer del domingo, un personaje “anónimo” declaró que escuchó un balazo. Otro testigo “anónimo” refiere que fueron cuatro balazos. El personal del hotel refiere que solo oyeron gritos y ruidos. Existe un registro de que Luis Enrique intentó realizar una llamada de auxilio, buscó comunicarse al servicio 911 de su celular, y nadie le contestó. Bajó a la recepción para pedir que llamaran a la policía, acudió una patrulla, se dio una vuelta y sus tripulantes no vieron nada. Hay otra versión en la averiguación donde alguien declaró que, quienes se llevaron a los tres jóvenes, fueron un par de individuos apodados “el Pájaro” y “el Güero”, a quienes se les vio por espacio de hora y media a bordo de una camioneta a las afueras del hotel aquella noche. Se dice que ambos discutieron, y tras el plagio de los tres chicos, ordenaron al personal del hotel limpiar las evidencias. Dos semanas después aparecieron muertos. ¿La razón? Por “el error” que “habían” cometido, la organización criminal a la que supuestamente pertenecían ordenó asesinarlos.

Todo eso está en la averiguación previa, pero no dejan de ser conjeturas. “Así nos han traído desde el primer día, no sabemos si es verdad o si es mentira”, dice la señora Alicia. No solo han estado en Paracho. También han viajado a Cherán, y han estado en Apatzingán, epicentro de la región de Tierra Caliente, donde tienen asiento las organizaciones criminales que controlan Michoacán. Ahí y en Uruapan o Pátzcuaro, han hablado con los pobladores, quienes por miedo, poco o nada les han confiado. “Yo sé que en Paracho la gente sabe qué fue lo que pasó con nuestros hijos desde el primer día, pero…”, comenta la señora. Insiste que el procurador Torres Pineda se muestra muy apático en el caso de la desaparición de los tres jóvenes. “Y si el procurador de justicia no está haciendo nada, ¿quién lo va a hacer?”.

Fosa común

Desde que era gobernador de Hidalgo, a Jesús Murillo Karam le importa mucho el “qué dirán” y sabe cómo atenuar los “golpes mediáticos”. Ágil en lo político, maquiavélico para la negociación, fumador empedernido hasta hace un tiempo, el hoy titular de la PGR esperó 10 días para que con su contraparte en Gobernación, el otro hidalguense, Miguel Ángel Osorio Chong, respondieran a las madres con hijos desaparecidos que se apostaron en huelga de hambre a las afueras del edificio de la dependencia en Paseo de la Reforma. Anunciaron la creación de “una sola unidad” para investigar los casos de las desapariciones. ¿Cuáles serán sus límites y alcances jurídicos? ¿Podrán contra el sistema de complicidades arraigado en las procuradurías y las policías de los estados? ¿O será una nueva postal de la retórica de la impunidad? Esa que siempre, siempre, trae la muletilla “conforme a derecho”.

Fuente: La Silla Rota.com

One comment

  1. Christelle

    Gracias por compartir este testimonio. Es triste ver que son los familiares de las victimas que tengan que hacer el trabajo de la autoridad. Les deseo mucha suerte y fuerza en este largo camino hacia la verdad, y hacia Enrique, Diego Y Ana.

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